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A veces, las personas no son lo que parecen

A través de la ventanilla del asiento trasero

Abro los ojos. Veo los campos resecos, con montones de balas de paja apelotonados de forma esteticamente embellecedora. A lo lejos, la semiabandonada casa del granjero, con la única compañía de grillos y pájaros, además de algún que otro ruido de neumáticos sobre gravilla allí donde llega su cansada vista. No le envidio. Probablemente esté peor que yo. Antes de deprimirme demasiado con lo que veo, alzo ligeramente la cabeza y observo el despejado cielo veraniego, salpicado con dos pequeñas nubes que huyen rápido, lejos de donde están. A un sitio mejor, eso seguro. Parece que todos coincidimos en lo mismo. Cierro los ojos.

Abro los ojos. Un pequeño bosquecillo de árboles identificados (la botánica nunca fue mi fuerte) pasa ante mis ojos a gran velocidad. De echo, sólo veo sus estelas. La carretera está despejada. Demasiado para mi gusto. El Sol empieza a retirarse lentamente, y filtra sus últimos rayos entre los troncos, para ir a explotar a mi cara. No me van a dejar dormir, para variar... Una puta aparece de la nada de pie en una encrucijada antes de esfumarse en un par de segundos. Triste existencia también la suya. Algo más triste que la de los habituales de la estación de servicio en la que paramos a llenar un dipósito y vaciar otros. Vuelvo al coche. Cierro los ojos.

Abro los ojos. Noche cerrada ya. Luces en la autopista. Peajes solitarios. Conductores con acompañantes dormidos. Música de los 70 en la radio, sin locutor ya. Mp3 sin bateria. Dolor de cabeza, y olor a aire acondicionado. No me gusta. No tengo ganas de llegar, nadie me espera. Asco de carretera. No hay gran cosa a ver. Cierro los ojos.

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